domingo, 24 de enero de 2016

Los mitos de Kafka


   Aquellos que percibimos el mundo como un lugar inhóspito, en el que es difícil encontrar asideros a los que agarrarse, y en el que en cualquier momento la rutina que nos hemos construido se puede desmontar caprichosamente, no debemos dejar pasar la lectura de ‘Los que llegan por la noche’. La alienación, la inseguridad vital permanente y los conflictos del individuo con la sociedad son tratados con la chispa de originalidad propia del autor, Vicente Marco.
El libro es una compilación de once relatos, de unas quince páginas cada uno, es decir, relativamente cortos. Varios de ellos premiados, se puede entender por su brillantez: todos parten de un planteamiento sorprendente, que sitúa la tensión alta desde el principio y vuelan con ligereza hasta un final normalmente explosivo. Una fórmula para hacer digeribles narraciones un tanto metafísicas.
La premisa de cada relato es, por lo general, un suceso extraordinario: un desconocido aborda al narrador A haciéndole creer que sabe cómo se llama y que dispone todo tipo de detalles sobre él; unos desconocidos persiguen al narrador B, que se refugia sin darse cuenta donde ellos le han conducido, una cárcel en la que otros presos llevan recluidos años y años; el narrador C se hace pasar por el dueño de un edificio abandonado para convencer al portero de que abandone su puesto; al narrador D se le muere la mujer, y debe adaptarse a la novedad de vivir con su cadáver, etc. El nudo consiste en el enfrentamiento del narrador contra la situación absurda en que se ha visto envuelto por azar. En el desenlace, por lo general, el narrador asume el rol de quien le ha puesto en tal escenario, y pasa a poner a otras personas en compromisos similares.
Apenas se ofrecen elementos para contextualizar espacio y tiempo, pero el lector puede situar la acción en la actualidad de un entorno urbano desarrollado. Hay una excepción, ‘La máquina’, que parece transcurrir a finales del siglo XVIII o principios del XIX, sumergiéndonos en una atmósfera de narrativa gótica, lo que puede dar una pista del tipo de literatura que alimenta el resto de relatos, de forma más velada. La acción tiende a ser lineal, la narración en primera persona, el lenguaje sencillo, poco adjetivado, y con preponderancia de frase corta con pocas subordinadas. Todo ello técnicas para ofrecer una lectura amena y poder centrarse en el discurso.
Sobre los narradores-protagonistas raramente se nos dan datos, lo que hará las delicias de los lectores contrarios a las explicaciones. Más bien hay que concebirlos como carcasas intercambiables, que fueran como fueran se sentirían desbordadas por la situación. Acaso respondan al arquetipo del individuo sufriente, más o menos consciente de su calvario, a quienes los problemas que el autor les plantea no hacen más que exteriorizar sus demonios.
Si bien el absurdismo que tiñe el planteamiento de todos los relatos puede despertar una sonrisa, la comicidad se hace más abierta hacia el final: en ‘Los generosos’, el vigilante de un complejo residencial discute con uno de los ancianos que lo habitan que, por favor, los vecinos dejen de abrumarlo a él a sus compañeros con continuos aumentos de sueldo, tanto facilitarles la siesta y perdonarles negligencias como dejar que entren a robar; en ‘Al otro lado del gris’, un conductor sale de la carretera a un área de servicio donde solo hay un hotel cuyos habitantes le quieren convencer que se olvide de sus preocupaciones, porque de ahí no va a salir nunca, como les pasó a ellos.

Adelante, pues, a enfrentarnos con esta literatura de la inquietud, que nos hará sufrir y reír a partes iguales.